
Premio Nacional de Ensayo en 1988 y columnista del diario ABC, el filósofo Gabriel Albiac (Utiel, 1950), ha publicado un nuevo libro: Mayo del 68: Fin de fiesta (Editorial Confluencias). Contundente y desengañado, Albiac carga en esta entrevista contra el nacionalismo y las políticas de la identidad, tras las que adivina una “pulsión de muerte”.
Mitterrand aseguró que el “nacionalismo es la guerra”. ¿Sigue siendo así?
La identidad es la guerra. Es una paráfrasis del Freud de 1914. De un modo más riguroso: la identidad es pulsión de muerte. Porque sólo en la aniquilación —material o simbólica— del otro queda mi identidad suficientemente blindada. En política, es algo que entendió a la perfección Carl Schmitt, que no en vano fue el mentor jurídico del Estado de Hitler.
Pese al tiempo transcurrido, no nos ponemos de acuerdo a la hora de definir lo que ocurrió en Cataluña en el otoño de 2017. En su opinión, ¿fue o no un golpe de Estado?
Un golpe de Estado de manual. Gestado durante un período muy largo. Propiciado por una pasividad criminal de los gobiernos españoles entre 1978 y 2017. La estructura de doble poder —el Estado paralelo— pudo gestarse hasta en sus últimos detalles. El golpe de Estado —que los golpistas llaman “desconexión”— falló, en el último momento, sólo por la cobardía de sus gestores. Tal vez se habían creído su delirante leyenda de que es posible hacer un golpe de Estado sin sangre. Incluso, sin coste alguno.
Los defensores de la inmersión lingüística en Cataluña aducen que este es el único método para garantizar la cohesión en las aulas catalanas. ¿Suscribe el argumento?
La cohesión nacional, sin duda. ¿La académica? En ningún país con lengua de extensión limitada —Holanda, por ejemplo— se aplica tal suicidio.
¿Y cómo entender que parte de la izquierda española avale dicho modelo?
Eso a lo cual llaman “izquierda” —pero yo traté ya hace años de mostrar la inconsistencia actual de esa metáfora espacial— no es en España más que el último resto de una pulsión autodestructiva única en Europa. Ama morir. Y nada logrará impedírselo.
Para el escritor Félix de Azúa, el Gobierno de Quim Torra puede considerarse de “extrema derecha”. ¿Exagera?
Nazismo, en sentido propio. No hay más que leer a Rosenberg.
Recientemente, el Govern otorgó la Cruz de Sant Jordi a la ex presidenta del Parlament Núria de Gispert, famosa por haber instado en varias ocasiones a Inés Arrimadas a “volverse a Cádiz”. ¿Cómo lo explica?
Es de una lógica aplastante. Nazis condecoran a nazis.
En los últimos tiempos, hemos visto a Elsa Artadi citar a Anna Frank para defender los lazos amarillos o a la Generalitat convertir un homenaje a las víctimas del nazismo en Mauthausen en una reivindicación a favor de los presos del procés. ¿Son lícitas estas comparaciones?
La desvergüenza puede llevar al ridículo. Es el caso.
Tras las elecciones, Pablo Iglesias afirmó que “quién no entienda que España es plurinacional, no entiende nada”. ¿Es esto así?
Lo que la cabeza de Iglesias está diciendo cuando enuncia eso es: España es odiosa y debe desaparecer.
Sánchez ha anunciado que retomará el diálogo en Cataluña tras las elecciones europeas y municipales. ¿Cree que la negociación con los nacionalistas servirá para superar el conflicto?
Sánchez cederá cuanto sea necesario para alargar su estancia en la Moncloa. Ni siquiera estamos ante un socialista clásico. Sólo ante un chalán listo que defiende su promoción.
Ha dicho que si fuese barcelonés, votaría a Manuel Valls. ¿Por qué razón?
Si fuera barcelonés y si votara. Porque Valls es un político europeo. Convencional. Y, por ello, envidiable. Esto es, es alguien que apela a la razón y no a los sentimientos. Pero no nos engañemos: yo no voto.
Por Óscar Benítez
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